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Las mamás del fútbol: mi tribu de fin de semana

Este fin de semana estuve rodeada de un regalo: las mamás del fútbol.

Entre tres grupos distintos y cuatro partidos, me encontré compartiendo risas, emociones y conversaciones con mujeres que son pura energía. Mujeres que celebran cada jugada de sus hijos como si fuera la de su propio corazón.


Hay algo mágico en estas tribus: madres que dejan a un lado cualquier plan, cualquier compromiso, para estar allí en la cancha, bajo el sol, el viento o el frío, solo para acompañar a sus bebés. Algunas son empresarias, otras trabajan por día, todas distintas, pero todas tienen en común esa entrega que admiro tanto.



La magia de la conexión



Hoy me senté a conversar, aplaudí goles que no eran de mis hijos, y celebré junto a otras madres como si esos niños fueran también parte de mi familia. Esos momentos de conexión son oro puro: las risas compartidas, las palabras de aliento, las miradas cómplices cuando un chico vuelve a levantarse después de caer.


Recuerdo que en el pasado, cuando mis niños recién empezaban a jugar, también había un grupo. Pero yo no lo vivía igual. En aquel entonces cargaba miedo, vergüenza, y esa sensación de que mi vida se desmoronaba aunque intentara sonreír por fuera. Me aislé mucho, porque sentía que no tenía en quién confiar.


Hoy, en cambio, me siento libre para abrirme y disfrutar. Para ver a estas mujeres maravillosas que no solo apoyan a sus hijos, sino a cualquier niño en el campo, con esa capacidad hermosa de dar y de compartir.



Tribu, amor y crecimiento



Celebro las tribus en todos los rincones del planeta, porque allí donde hay conexión, hay amor. Tal vez no siempre paz, porque la vida y el deporte también traen tensiones, pero sí hay algo más profundo: crecimiento.


Y me doy cuenta de que estas tribus son también medicina. Son recordatorios de que la vida se nutre de comunidad, de esos círculos que sostienen, que abrazan y que acompañan.



Lo que me llevo



Hoy me llevo la certeza de que las mamás del fútbol son mucho más que acompañantes en una cancha. Son ejemplo de resiliencia, de entrega y de amor incondicional. Y me llevo también un recordatorio para quienes vivimos con dolor crónico, con ansiedad, o simplemente con cargas invisibles: la conexión humana sana tanto como cualquier medicina.


Porque en cada grito de gol, en cada conversación al borde de la cancha, en cada aplauso compartido, también florecemos juntas.

 
 
 

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