La fibromialgia y la postura: lo que tu cuerpo quiere decirte
- Carolina Hulett

- 25 may
- 2 Min. de lectura
¿Te has sentido más cansada después de estar sentada mucho tiempo? ¿Notas que tu cuerpo se encoge cuando estás triste o estresada?
La postura no solo refleja lo que sentimos: también puede influir en cómo nos sentimos.
Y para quienes viven con fibromialgia, esta relación es aún más profunda.
¿Qué tiene que ver la postura con la fibromialgia?
La fibromialgia es una condición compleja que afecta al sistema nervioso, los músculos y la percepción del dolor. Muchas personas con fibromialgia adoptan sin querer posturas de defensa: hombros caídos, cuello adelantado, pelvis rígida.
Esto no es por pereza ni desalineación: es el cuerpo intentando protegerse del dolor.
El problema es que estas posturas mantenidas en el tiempo generan aún más tensión, fatiga y sobrecarga muscular. Así comienza un círculo vicioso:
el dolor altera la postura, y la postura aumenta el dolor.
¿Por qué es tan importante cuidar tu postura?
Tu columna vertebral tiene curvas fisiológicas que permiten amortiguar el peso, distribuir cargas y sostener el equilibrio del cuerpo.
Cuando esas curvas se alteran, todo el sistema sufre: desde el cuello hasta los pies.
Estudios científicos han demostrado que:
El sistema nervioso autónomo está alterado en la fibromialgia, lo que aumenta la rigidez muscular (Martínez-Lavín, 2012).
Las personas con fibromialgia caminan y se mueven de manera distinta, lo que impacta su calidad de vida (Garrido-Cumbrera et al., 2021).
Una postura encorvada puede generar más pensamientos negativos y fatiga mental (Peper & Lin, 2012).
En resumen: tu cuerpo y tu mente están profundamente conectados.
Mejorar tu postura puede ayudarte a sentirte con más energía, seguridad y bienestar.
Postura y emociones: un diálogo constante
Cuando te sientes triste, tu cuerpo tiende a cerrarse.
Cuando te eriges con suavidad, tu mente también se aclara.
No se trata de forzarte a mantener la espalda recta todo el día.
Se trata de cultivar una postura consciente, amable y amorosa, que respete cómo te sientes y te acompañe a reconectar con tu eje interno.
Cápsula de autocuidado: “Recuerdo mi eje”
Siéntate en una silla con los pies bien apoyados en el suelo.
Cierra los ojos y lleva una mano al pecho y otra al vientre.
Imagina que una cuerda suave tira de tu coronilla hacia el cielo.
Respira profundo. Siente tu eje.
Di internamente: “Recuerdo que tengo un eje. Hoy lo habito con amor.”
Este simple gesto puede ayudarte a liberar tensión, reconectar con tu cuerpo y regresar al presente.
Te leo…
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Me encantará escucharte.
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