El Abrazo Número 200: Lo que el cuerpo aprende cuando el amor insiste
- Carolina Hulett

- 20 may
- 3 Min. de lectura
Hace años leí una historia que me marcó para siempre. Se titula El Abrazo Número 200 y aparece en el libro “Sopa de Pollo para el Alma”. Desde la primera vez que la leí, supe que era más que una anécdota: era una metáfora viva de lo que significa acompañarse a una misma cuando hay dolor, trauma o resistencia. La he compartido con alumnas, en talleres, y ahora quiero dejarla aquí como parte de este diario donde florecen las palabras que transforman.
La historia es sencilla, pero poderosa.
Un hombre decide abrazar a su padre cada vez que lo visita en el hospital. El padre, una figura rígida, emocionalmente distante, permanece impasible. Día tras día, el hijo se acerca, lo abraza y cuenta. Uno. Dos. Treinta. Cien. Su padre no se mueve. Pero él insiste. Hasta que un día, al llegar al abrazo número 200… el padre rompe en llanto y, por primera vez, lo abraza también.
Ese día, el amor cruzó la barrera del silencio.
Ese día, el cuerpo entendió que era seguro sentir.
Y yo, desde entonces, no he podido dejar de pensar en cuántas veces nos pasa lo mismo… con nosotras mismas.
El amor propio también tiene abrazos que tardan en llegar
Cuando vivimos con dolor crónico, trauma o una historia de abandono emocional, el camino hacia la autocompasión puede sentirse torpe, extraño o artificial. Nos decimos palabras amables frente al espejo, respiramos profundo, colocamos una mano en el pecho, y sin embargo, algo en nosotras se cierra. Nos parece que no funciona.
Y es que, muchas veces, lo que necesita ser abrazado… no sabe todavía que merece ese abrazo.
No es que no esté haciendo efecto. Es que el cuerpo necesita tiempo para bajar la guardia. Necesita insistencia suave. Necesita esos doscientos abrazos, simbólicos o reales, para abrirse de nuevo a lo que nunca tuvo.
Cuando la ciencia confirma lo que el corazón ya sabía
La historia del abrazo número 200 no es solo una bella metáfora. Hoy sabemos, gracias a la ciencia, que el cuerpo también aprende a través del amor repetido.
1. La autocompasión cambia el sistema nervioso
Investigaciones del Dr. Richard Davidson, en la Universidad de Wisconsin, han demostrado que prácticas como la compasión y la meditación amorosa pueden modificar la actividad cerebral, reduciendo la respuesta de estrés (amígdala) y fortaleciendo áreas asociadas al vínculo y la regulación emocional (como la ínsula y el córtex prefrontal medio).
2. El efecto del amor consistente
El psicólogo Paul Gilbert, creador de la Terapia Centrada en la Compasión (CFT), ha documentado cómo el sistema de seguridad y cuidado del cerebro necesita ser activado de forma repetida para sobreponerse al sistema de amenaza. Lo que esto significa es que la repetición compasiva sí repara. Pero como en la historia: no siempre al primer intento.
3. El cuerpo no distingue entre un abrazo físico y uno emocional
Estudios de la Universidad de Carolina del Norte han demostrado que incluso la visualización de un abrazo o el recuerdo amoroso pueden generar efectos neuroquímicos similares a un contacto real, como la liberación de oxitocina y la disminución de cortisol.
(Fuente: Coan, J. A., Schaefer, H. S., & Davidson, R. J., 2006, “Lending a Hand: Social Regulation of the Neural Response to Threat.”)
Cada abrazo cuenta, incluso si aún no se nota
Tal vez hoy te hablaste con más ternura.
Tal vez hoy hiciste una pausa para respirar.
Tal vez hoy escuchaste tu cuerpo y respetaste su límite.
Y aunque parezca que nada cambió…
tu abrazo número 7 ya ocurrió.
Tu número 26 también.
El cuerpo está contando.
Y un día, sin darte cuenta, algo en ti también te abrazará de vuelta.
¿Te ha pasado que al principio la autocompasión no se siente natural, pero luego algo cambia? ¿Tienes una historia que quieras compartir?
Escríbeme a: info@yogaparaeldolor.com
Estaré feliz de leerte, sostenerte y caminar a tu lado.
Con ternura y certeza,
Carolina Hulett
Respirar. Moverse. Florecer.

Comentarios