¿Cómo funciona el dolor crónico? Una mirada desde la fibromialgia y la neurociencia del cuerpo que siente
- Carolina Hulett

- 13 may
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 20 may
La consPor Carolina Hulett – Escritora, facilitadora de mindfulness y movimiento aplicado al dolor crónico.
El dolor crónico no es solo una experiencia física. Es una vivencia compleja que transforma la forma en que habitamos el cuerpo, percibimos el mundo e interpretamos nuestra historia.
Para quienes viven con fibromialgia, este dolor se vuelve parte del paisaje cotidiano. Sin heridas visibles, sin análisis clínicos que lo expliquen del todo, pero con una carga inmensa de agotamiento, confusión y a menudo, incomprensión.
Hoy quiero compartirte, desde la ciencia y desde mi experiencia acompañando procesos reales, cómo se comprende el dolor crónico actualmente, especialmente en mujeres con fibromialgia.
El dolor no siempre significa daño
Lo primero que necesitamos entender es que el dolor no es igual al daño físico. Durante años, creímos que el dolor era solo una señal que se activaba cuando había una lesión. Pero la neurociencia moderna ha demostrado que el dolor es una experiencia producida por el sistema nervioso, no necesariamente por el cuerpo lesionado.
Esto significa que puedes sentir un dolor real, profundo, limitante… sin que exista un daño estructural claro. Esto ocurre, por ejemplo, en la fibromialgia.
¿Qué sucede en el cuerpo?
En la fibromialgia y otros síndromes de dolor persistente:
El sistema nervioso central se vuelve más sensible: hay una amplificación de las señales de dolor, lo que se conoce como sensibilización central.
El cerebro interpreta estímulos neutros como dolorosos: incluso el roce de la ropa o el frío pueden sentirse como dolor.
La neuroplasticidad juega un rol importante: cuanto más tiempo convive una persona con dolor, más fácil es que ese patrón se mantenga. Es decir, el dolor “se aprende”, y por eso también se puede reentrenar.
¿Por qué afecta más a mujeres?
Aunque no se conocen todas las causas, la fibromialgia afecta de forma desproporcionada a mujeres. Según datos de la American College of Rheumatology, entre el 80 y el 90% de quienes reciben este diagnóstico son mujeres.
Esto puede estar relacionado con factores como:
La carga hormonal y su impacto en la modulación del dolor.
Los roles sociales, culturales y emocionales que aumentan el estrés y la autoexigencia.
Una mayor exposición a traumas y experiencias de invalidación médica.
El dolor como experiencia emocional y social
El dolor crónico no solo habita el cuerpo, también impacta el estado de ánimo, las relaciones, la autoestima y el sentido de vida. Muchas mujeres reportan sentirse invisibles, incomprendidas o juzgadas como “débiles” por sentir lo que sienten.
A veces, no es el dolor el que más duele, sino la soledad y la falta de validación.
Por eso es tan importante hablar de este tema con compasión, con ciencia y con humanidad.
Lo que dice la ciencia
Aquí algunos estudios que ayudan a entender esta condición desde una perspectiva actual:
1.
Yunus et al. (2007) – Universidad de Illinois, EE. UU.
Demostraron que la fibromialgia involucra una disfunción en la forma en que el cerebro regula el dolor. Se encontraron alteraciones en neurotransmisores como la serotonina, dopamina y sustancia P.
“La fibromialgia no es un trastorno psicológico, sino una disfunción neurobiológica real del procesamiento del dolor.”
— Yunus M.B., Current Pain and Headache Reports
2.
Clauw et al. (2014) – Universidad de Michigan
Revisión sistemática publicada en JAMA, donde explican que en la fibromialgia hay un aumento de la conectividad cerebral en redes asociadas al dolor, incluso en ausencia de lesiones.
“En la fibromialgia, el volumen del dolor no está roto, pero está amplificado.”
— Clauw D.J., JAMA, 2014
3.
NIH (2021) – Instituto Nacional de Salud, EE. UU.
Estudios con resonancia funcional muestran una mayor actividad en la ínsula y la amígdala cerebral (áreas del dolor y la emoción), lo que refuerza la conexión entre dolor físico y trauma emocional.
¿Qué se puede hacer?
No hay una fórmula mágica. Pero sí hay caminos. Hoy sabemos que ciertas prácticas pueden modular la percepción del dolor, reducir la ansiedad y fortalecer el sistema nervioso autónomo.
Algunas de estas prácticas incluyen:
Mindfulness (atención plena)
Estudios como el de Grossman et al. (2007) muestran que el mindfulness puede reducir el dolor percibido y mejorar la calidad de vida.
Ejercicio suave y movimiento adaptado
Las recomendaciones médicas actuales incluyen programas de movimiento funcional suave, sin impacto, adaptados a la energía de cada persona.
Respiración consciente
Prácticas como la respiración diafragmática o la respiración coherente ayudan a reducir la activación del sistema simpático (estrés).
Terapia psicológica basada en la compasión o la aceptación
Modelos como ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso) y el Enfoque Compasivo han demostrado ser eficaces en el manejo del dolor crónico.
En resumen
El dolor crónico no es una invención. Es una vivencia real, que necesita ser mirada con compasión y abordada desde múltiples dimensiones.
La fibromialgia no se cura con una pastilla ni con una postura perfecta. Pero puede ser acompañada. Y ese acompañamiento —desde la ciencia, la ternura y el respeto por el cuerpo que duele— puede marcar toda la diferencia.
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