A ella, la primera: el origen de este camino
- Carolina Hulett

- 20 may
- 4 Min. de lectura
Por Carolina Hulett –
Hay experiencias que parecen pequeñas. Un solo encuentro. Una clase más. Un cuerpo frente a otro. Y sin embargo, quedan grabadas con una tinta distinta. No se borran. No se entienden del todo. Solo laten ahí… esperando ser comprendidas años después.
Hoy quiero contar la historia de una de esas experiencias. No como terapeuta. No como profesora. Hoy escribo como mujer. Como alguien que, como tú, ha tenido que aprender a mirar con nuevos ojos. Esta es la historia de ella, la primera.
La clase que nunca se repitió
Nunca olvidaré a la primera persona con fibromialgia que atendí. En aquel entonces, no lo sabía. Y eso lo cambia todo.
Su cuerpo era fuerte. No se veía frágil. Pero bastaba con que intentara un movimiento suave para que todo en ella se tensara como si la tocara el fuego. Cada gesto, cada respiración, parecía dolerle. Y yo… no lo entendía.
Recuerdo mi frustración. Pensé que no quería comprometerse. Que exageraba. Que se resistía al trabajo interior. Que no estaba lista. Tuvimos un solo encuentro. Fue incómodo. Duro. Ella no volvió. Y yo me quedé con una mezcla de desconcierto y juicio, que en ese momento no supe nombrar.
Pero no pude olvidarla.
Una herida que no se ve
En los días que siguieron, su imagen regresaba a mi mente. Una y otra vez. No era culpa, pero sí inquietud. ¿Qué había sentido ella? ¿Qué no había podido ver yo? ¿Qué pasa en alguien que parece estar bien… pero se rompe por dentro cuando se mueve?
Pasó el tiempo. Seguí formándome. Seguí enseñando. Pero en silencio, ella seguía latiendo en mi memoria, como una historia inconclusa. Una puerta que no supe abrir.
Hasta que un día, por fin, leí una palabra que me cambió la mirada: fibromialgia.
Y entonces entendí. Comprendí que lo que ella traía no era flojera, ni resistencia, ni desinterés. Era dolor. Dolor real, constante, profundo. Dolor que no se ve, pero que lo atraviesa todo. Comprendí que el cuerpo puede ser fuerte por fuera y al mismo tiempo sentirse como un campo de batalla por dentro. Comprendí lo que no supe ver. Y desde ahí, mi camino cambió para siempre.
Una semilla que germinó en silencio
Hoy, muchos años después, sigo pensando en ella. No volvió. No la conocí más. Pero sin saberlo, me sembró una pregunta que transformó toda mi vida profesional. Me llevó a estudiar el dolor. A comprenderlo no solo desde lo físico, sino desde la biografía, la historia, la emoción, la memoria. Me llevó a crear un enfoque nuevo. A construir un espacio donde el cuerpo no tiene que defenderse, ni justificarse, ni probar su fuerza. Un espacio donde el dolor es escuchado y no juzgado.
Este blog, esta comunidad, este trabajo que hoy sostengo con tanta pasión, nacieron de ese primer encuentro fallido. De esa clase incómoda. De esa mujer que no volvió.
A ella, la primera
Por eso, hoy le escribo. Desde el amor que antes no supe darle. Desde la comprensión que me faltó en aquel entonces. Desde la humildad de quien se sabe aprendiz, incluso después de muchos años.
Este camino que hoy recorro se lo debo a ella. Y a todas las que vinieron después. Mujeres con cuerpos cansados y valientes. Mujeres que han aprendido a sobrevivir con dolor. Mujeres que se han sentido solas, incomprendidas, invisibles.
Este blog es para ti, si alguna vez sentiste que nadie te creía. Es para ti, si alguna vez alguien te dijo que era “todo mental”. Es para ti, si el cansancio ya no se te quita con dormir. Es para ti, si te duele explicar que te duele.
Aquí no hace falta que justifiques nada. Aquí no tienes que ser fuerte. Solo tienes que llegar… como estés.
El yoga que nace de la compasión
Después de aquella clase, entendí que el yoga que verdaderamente sana no es el que busca corregir, sino el que sabe acompañar.
Es ese yoga que no exige formas perfectas, sino que abraza los cuerpos reales en sus límites y silencios.
El que no te pide avanzar, sino quedarte donde puedas respirar sin miedo.
Ese que no mide logros, sino presencia.
El que, simplemente, te permite sentirte a salvo en tu propio cuerpo.
Ese es el yoga que enseño hoy.Ese es el espacio que quiero ofrecerte.Uno donde puedas florecer con conciencia, aunque tu cuerpo esté cansado.Uno donde no tengas que “superar” el dolor, sino habitarlo con respeto.
Gracias por estar aquí
Si llegaste hasta aquí, gracias. Gracias por darte esta oportunidad. Gracias por seguir buscando formas de volver a ti. Gracias, especialmente, si alguna vez sentiste que no fuiste escuchada. Aquí estás en casa.
Y si quieres compartir tu historia —como paciente, como mujer, como cuerpo que duele— te invito a escribirme. info@yogaparaeldolor.com
Porque a veces, contar lo que vivimos es también una forma de sanar. Y tal vez, como ella, tú también siembres en alguien una semilla que florezca años después.
¿Quieres contarme tu historia?
Si algo de lo que leíste aquí resonó contigo...Si alguna vez te sentiste invisible, incomprendida o agotada de explicar tu dolor…Si sientes que necesitas ser escuchada sin juicio…
Escríbeme.
Puedes compartir tu historia, tus emociones, tus preguntas o simplemente decirme “yo también”.Estoy aquí para leerte, sin prisa, sin filtros, sin expectativas.Porque a veces, decirlo en voz alta —aunque sea por escrito— es el primer paso para volver a ti.
Correo: info@yogaparaeldolor.com

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